miércoles, 19 de agosto de 2015

¿Por qué me enviaron a un programa de liderazgo… y sigo siendo un jefe?



“Uno puede comprar el tiempo de las personas, su presencia física en un lugar e incluso un número determinado de movimientos musculares por hora. Pero no se compra su entusiasmo, ni se compra su lealtad, ni se compra la devoción de sus corazones: eso hay que ganárselo”.


Esta conocida frase de Clarence Francis, presidente de General Foods y asesor de presidentes de EEUU como Roosevelt y Eisenhower, puede servir para ilustrar algunas de las diferencias existentes entre los escenarios que diseñan y construyen los jefes y los líderes.

Cada vez más empresas envían a sus jefes a programas de liderazgo con la esperanza de que aprendan a relacionarse con sus subordinados de una forma diferente para, así, poder incrementar los resultados de su organización o departamento.

Las corrientes o estilos de liderazgo prevalentes han ido variando a lo largo de las últimas décadas.


El líder-coach  

Una de las últimas corrientes que nos está llegando, y que en mi opinión se quedará con nosotros unos cuantos años, es la que responde a esa etiqueta.

Yo lo interpreto como una fusión del muy conocido liderazgo situacional (Hersey-Blanchard) con el menos reconocido liderazgo de servicio (Greenleaf).

Uno de los elementos nucleares de este último consiste en que el líder servidor es primeramente servidor… lo que le diferencia notablemente del que se comporta como líder desde el primer momento.

La prioridad del servidor es satisfacer las necesidades prioritarias de las personas receptoras de su servicio para que crezcan en sabiduría, habilidad, libertad, autonomía y, finalmente, se transformen en servidores de otros. La práctica de este servicio se transforma en liderazgo. Una corriente que suscita cierto rechazo por aquellos que prefieren mayores dosis de coerción o control.

También utilizo el término liderazgo desarrollativo, como alternativa al líder-coach, para marcar el énfasis en su función nuclear: este líder entiende, acepta y practica su “responsabilidad en mantener responsables a sus colaboradores de la consecución de sus objetivos” y para ello estimula y facilita su desarrollo continuamente. Los mejores atletas entrenan todos los días, no de vez en cuando.


¿Ser o hacer?

Observa como el líder–coach primero esy luego hace.

El líder desarrollador (servidor) coloca a su colaborador (el individuo servido) en el centro del escenario recibiendo la luz de los focos, mientras mantiene para sí una posición detrás de los bastidores. No es de extrañar, por tanto, que este líder – coach sea una persona humilde, coherente, creativa, generosa, empática, empoderante, intrépida, honesta, respetuosa, inspiradora, responsable, íntegra, organizada, autoconsciente, comprensiva, confiable, vulnerable…

Date cuenta de que esas características no se aprenden en un curso, y, también de que sin ellas difícilmente puedes llegar a ser un líder-coach. Recuerda que el hacer es una consecuencia del ser.

Lo que sí puedes entrenar en esos programas son algunas de las habilidades que hacen (practican) los líderes y, a través de su práctica, desarrollar las características (creencias, actitudes, valores…) anteriores hasta llegar a in-corporarlas o aprehenderlas.

Por ejemplo, cuando desarrollas la “bihabilidad” de “escuchar y preguntar” y la pones en práctica en lugar de decir/ordenar/solucionar, que es lo que suelen hacer los “jefes”, entonces comienzas a ser un líder–coach: humilde, porque diriges los focos a tu colaborador en lugar de a ti mismo; coherente, porque haces como eres; creativo, porque buscas y encuentras la forma de que las respuestas y soluciones nazcan en tu colaborador; empoderante, porque desarrollas su poder; intrépido, porque sales fuera de tu zona de confort (facilitas que él aprenda a pescar en lugar de “darle los peces”, que es lo más fácil); respetuoso, porque no le agredes considerándole incapaz de encontrar sus propias respuestas o soluciones…

Tus nuevos comportamientos - lo que haces - van a dar forma a una nueva forma de ser… si consigues convertirlos en hábitos.


Construyendo nuevos hábitos

Un comportamiento se convierte en hábito por repetición. El proceso tiene lugar de forma gradual y continua, requiere una fuerte inversión de autoconsciencia y resulta simultáneamente simple y difícil.

Es simple porque un comportamiento es muy sencillo de diseñar y… difícil, porque nuestro cerebro prima el mantenimiento del hábito ya establecido, de acuerdo con el principio de ahorro energético.

Es precisamente esta última circunstancia la causa principal del fracaso de tantos programas.

Todavía son mayoría las personas que creen que la adquisición de un saber o conocimiento - en nuestro ejemplo, la “bihabilidad” escuchar y preguntar – es suficiente para la puesta en práctica de la misma. La realidad demuestra con tozudez lo contrario. Por ello, en el aprendizaje de habilidades resulta necesaria la inclusión de una fase pos-taller, que asegure la práctica repetida de los comportamientos diseñados y la validación de su eficacia hasta su conversión en hábitos. Nosotros hemos observado cómo el acompañamiento con coaching, en sus diferentes aplicaciones, y la medición continua de los Indicadores de Desempeño asociados a los comportamientos generan cambios conductuales significativos y sostenibles.

Así que no te extrañes de no ser un líder y seguir siendo un jefe después de un programa de sólo dos o tres días de duración.

¿Crees que en ese tiempo puedes llegar a ser una persona humilde, coherente, creativa, generosa, empática, empoderante, ética, intrépida, honesta, respetuosa, inspiradora, responsable, íntegra, organizada, autoconsciente, confiable, comprensiva, vulnerable ...?

*Publicado originalmente en Equipos y Talento en septiembre de 2013.
Por Jaime Bacás, Socio de Atesora

miércoles, 12 de agosto de 2015

Decir no es decir sí


El título de este artículo constituye lo que llamamos una paradoja, es decir, una idea o frase que parece contradictoria y verdadera simultáneamente. La gran utilidad de las paradojas es su potencialidad para generar cambio y desarrollo.

Si eres un visitante frecuente de este sitio recordarás que este título constituye, también, una de las 12 creencias limitadoras más frecuentes que afecta a la productividad de los trabajadores de la Sociedad del Conocimiento (o Información): no saber decir No a las peticiones que reciben de otros…, e incluso, de sí mismos.


¿Te resuenan algunas de estas descripciones? 

A veces…

¿Me siento obligado a complacer a los demás porque, de otra forma, me sentiría culpable?

¿Temo que los demás dejen de aceptarme, apreciarme o quererme si les digo NO?

¿Frecuentemente digo SÍ a las peticiones de los demás aunque, a veces, perjudique mis prioridades con mi familia, ocio, bienestar corporal o mental, etc.?

¿Continuo aceptando obligaciones y responsabilidades hasta el agotamiento sólo porque no se decir NO?

¿Me enorgullezco de mi generosidad, colaboración, disponibilidad, “buen rollo”, etc., a pesar de creer que mi incapacidad de decir NO puede ser la causa de problemas en mi vida personal, familiar o en mi propio desarrollo profesional?

¿Me siento estresado, quemado, resentido o, incluso, como un felpudo, porque no me atrevo a decir No en algunas ocasiones?


Un problema más grave que lo que parece

Cada vez que dices SÍ a una petición estás diciendo NO a otra cosa. Cuando inviertes tu atención y energía (otros lo llaman tiempo) en la ejecución de tareas o actividades que no están alineados con tus intereses, propósitos y prioridades, estás diciendo NO a otras más importantes que podrías estar haciendo en su lugar.

Está claro que es más fácil decir SÍ, pero reflexiona un momento en las consecuencias que genera tu conducta de elegir, voluntaria o involuntariamente, las peticiones/necesidades de otras personas frente a tus propias necesidades o prioridades.

¿Cuál es el impacto en los distintos ámbitos de tu vida? ¿Cómo afecta a tu auto-estima? ¿Cuál es el mensaje que estás enviándote a ti mismo y a los que te importan? ¿Qué ejemplo les transmites? ¿Es esto lo que, de veras, quieres?


Una palabra poderosa

NO es una palabra que encierra un gran poder porque te sirve para establecer los límites y la claridad de lo que estás dispuesto a hacer y a no hacer. Es una palabra que comunica tu poder no sólo hacia fuera sino, también, hacia dentro de ti.

Usar el No te permitirá incrementar tu productividad – los resultados que consigues – cuando reconozcas y aceptes que no se trata de una palabra negativa ni egoísta. Cuando aprendes a decir NO liberas tu atención y tu energía para utilizarlas en la ejecución de tus prioridades.

Tus acciones prioritarias son las que te conducen al logro de tus metas, es decir, a vivir la vida que quieres vivir.

Cuando dices NO aumentas el valor de las cosas a las que dices SÍ.

¿Cómo decir NO?

Decir NO es una habilidad que algunos no han desarrollado aún suficientemente.

Existen varias técnicas cuya efectividad depende de las características y preferencias de cada uno. Una de las que más me ha funcionado es:

1. Escucha la petición completa con gran atención

2. Solicita clarificación y especificidad, cuidando no crear falsa esperanza de aceptación

3. Evalúa tu capacidad para satisfacer la petición. No necesitas excusarte. El peticionario entenderá tus razones/argumentos

4. Ofrece un compromiso. Explora si puedes/quieres ofrecer un compromiso sobre una parte de la petición o su aceptación en otro momento en que tengas disponibilidad

5. Sugiere otras opciones - otras personas o recursos

6. Expresa tu pesar y di NO. Manifiesta tu sentimiento por no poder ayudar, seguido de un claro NO, evitando “pedir perdón”

7. Concluye la conversación en tono positivo. Coloca sobre la mesa otro asunto o proyecto en marcha

Puedes descargar aquí la plantilla original completa (en inglés).


Resumen

Decir NO es una de las principales declaraciones de que dispones como ser humano y sirve para preservar tu integridad. No es una palabra negativa ni egoísta.

Decir NO a las peticiones que recibes de otros y que no están alineadas con tus intereses es decir SÍ a la ejecución de las acciones que conforman tus objetivos y tus metas personales. A vivir la vida que quieres vivir.

Decir No te libera de situaciones estresantes y alimenta tu autoestima.

Decir NO es una habilidad. Por tanto, puedes aprenderla y desarrollarla.


La explicación es muy sencilla: lo que no haces determina lo que puedes hacer.” – Tim Ferris

Por Jaime Bacás, Socio de Atesora, para TALENTO

miércoles, 5 de agosto de 2015

Los Estilos del “Padre Mentor”



En los últimos tiempos, una gran parte de las intervenciones en las que tengo el placer de participar como facilitador tiene que ver con organizaciones que han decidido implantar planes de mentoring, bien partiendo desde cero, bien para corregir errores estratégicos cometidos por una deficiente concepción o desarrollo anteriores.

Por definición, el mentoring es un fantástico sistema para aprovechar el   capital  experiencial  de  una  organización,  y,  si  se   hace   correctamente y de forma organizada, tiene beneficios colaterales abundantes y de diferente calado, que minimizan enormemente los costes de inversión destinados a él. Pero lo que es indudable es que, más allá de una simple metodología de acompañamiento y desarrollo, se trata de un modelo cultural estratégico, cuyos errores en el diseño o en los plazos de ejecución pasan una factura enorme en términos de credibilidad institucional.

Una de las dudas más frecuentes que nos plantean los organizadores o patrocinadores de un proceso de mentoring tiene que ver con cuál es exactamente el rol y las atribuciones que posee un mentor. En su imaginación, muchas personas ven la figura del mentor como alguien veterano dentro de la organización, que utiliza los conocimientos y experticia adquiridos a lo largo de muchos   años  de  desempeño  profesional para preparar a un pupilo más joven, que le sucederá adoptando  su  mismo rol en la compañía al cabo de unos años.

Esto, sin ser falso, constituye únicamente una de las muchas formas de mentorización que pueden darse en el seno de una organización. De hecho, existen cinco niveles lógicos en los cuales un mentor puede desarrollar su función como tal, siendo el patrocinio de un futuro sucesor tan sólo uno de ellos. Por decirlo de otro modo más sencillo: si la función principal de un mentor es servir de guía para otra persona con menos trayectoria, cada vez que un nuevo colaborador entra a formar parte de una organización el compañero que le acoge y le ayuda a aterrizar, proporcionándole información acerca de los protocolos, las personas a las que debe acudir, los horarios de referencia y el resto de detalles iniciales, está haciendo técnicamente mentoring con esa persona. Y eso no tiene nada que ver con un plan de sucesión.

A mi modo de ver, hay una forma fácil de entender los diferentes roles que un mentor puede desempeñar con su mentee. Tiene que ver con observar, salvando la evidente distancia conceptual y teniendo en cuenta las diferencias entre un enfoque de desarrollo pedagógico y otro andragógico, un proceso de mentoring como algo similar a la educación de un hijo. Como padre que soy, mi objetivo para con mi hija, lo que tendría que haber sucedido para que me fuera satisfecho y realizado en ese aspecto si hoy fuera mi último día de vida, sería haberle proporcionado la formación y los mecanismos para que pudiera ser autónoma y feliz en la vida. Y esa es la razón por la que me esfuerzo en darle una buena educación, en la que estén presentes dos componentes: por una parte, la obtención de resultados (por ejemplo, sus estudios, la limpieza de su habitación, las normas de la casa en la que vive); y por otra, el crecimiento personal y emocional (su motivación, resiliencia, felicidad...) Visto desde este ángulo, parece que no hay muchas diferencias teóricas entre lo que se espera de un padre y lo que se espera de un mentor, ¿verdad? Continuemos con la metáfora.

A lo largo del día, debo dividir mis intervenciones de acompañamiento con mi hija entre ambos polos, el cumplimiento de las tareas y obligaciones y el desarrollo de la persona. Hay ocasiones en las que es prioritario para mí ayudarle a enfocarse en un resultado, la mayor parte de las veces presionada por el tiempo. Y hay otras en las que puedo permitirme el lujo de ver desde un segundo plano cómo se equivoca y rectifica, con el aprendizaje inherente al proceso, sin intervenir de manera tan directiva en su educación. Como cualquier padre sabe, ambos enfoques son absolutamente legítimos, y generan resultados según las circunstancias lo requieran.

Pero hay otra variable que tener en cuenta, y tiene relación con el estilo de comunicación que el padre (mentor) emplea con su hijo (mentee), basado en el conocimiento, la experiencia y la sabiduría que dan los años de vida. En principio, por ley natural, una persona con mayor trayectoria  generalmente  atesora  matices y  enfoques   difícilmente  detectables  por alguien más junior. En otras palabras, ha tenido sobradas oportunidades de confundirse y aprender durante el camino, lo que le da una ventaja competitiva ante la vida. Y eso, en términos de educación, significa que hay ocasiones en las que con mis cuarenta y siete años tengo más conciencia, experiencia o razón que mi hija con sus catorce, por lo cual mi intervención se produce de una forma unidireccional, prevaleciendo mis criterios  sobre los suyos. Quien tenga un hijo adolescente, ya sabe de lo que estoy hablando; hay momentos y asuntos que requieren una activa presencia por parte de los padres, pasando a un segundo plano aspectos relacionados con la laxitud o el “buen rollo”.

Sin   embargo,  mantener  una  actitud unidireccional todo el  tiempo va frontalmente  en  contra del desarrollo de la persona, que a fin de cuentas es la protagonista y beneficiaria del proceso educativo. En otras palabras, cada vez que le diga a mi hija lo que tiene que hacer le estaré robando una preciosa oportunidad para que lo descubra por sí misma. Y yo quiero que sea autónoma, no que mantenga un cordón umbilical que le una conmigo durante toda su existencia.

Es precisamente la combinación entre estos dos ejes lo que define los diferentes estilos que puede utilizar un mentor durante un proceso de mentoring. Cabe reseñar que aunque las formas de acompañamiento que puede utilizar un mentor puedan asemejarse como metáfora al proceso educativo de un hijo, es importante entender que los principios que operan en el desarrollo y aprendizaje de adultos siempre serán diferentes.

Dependiendo de la circunstancia y de la naturaleza de la relación con su mentee, pueden darse cuatro posibilidades:

1. Orientación a la tarea y enfoque unidireccional: En este caso, el estilo que usa el mentor es “DECIR”. Por ejemplo, imagina que en la sala de urgencias de un hospital el médico jefe está mentorizando al equipo de médicos junior que están empezando a desempeñarse en ese contexto. Si en ese momento entra un paciente con riesgo de muerte por un accidente de tráfico, el desarrollo de las personas pasa a un segundo plano. Los médicos junior obedecerán las indicaciones precisas que el médico senior les trasladará. Y esto es absolutamente legítimo y necesario, ya que en ese momento la orientación a la tarea es prioritaria y el dominio técnico del médico principal es superior al del resto.

2. Orientación a la tarea y enfoque bidireccional: Aquí el estilo recomendable para el mentor es “ACONSEJAR”. Esto se produce cuando, como mentor, busco que mi mentee tome una decisión, pero me permito recomendarle posibilidades basadas en mi experiencia o mayor conocimiento sobre un tema. Yo sugiero, pero quien toma la decisión es el mentee.


3. Orientación a la persona y enfoque unidireccional: En este caso, el estilo se basa en la habilidad para “PERSUADIR”. Como mentor, uso la persuasión para conseguir que mi mentee llegue de un punto A a un punto B que yo ya conozco de antemano, pero quiero que sea él quien vaya descubriendo el camino gracias a mi intervención. Mucha gente considera manipulador este estilo, pero en realidad todos utilizamos la persuasión en mayor o menor grado, e incluso sistemas educativos como el método socrático o la mayéutica están basados en él.

4. Orientación a la persona y enfoque bidireccional: Éste es el estilo del “MENTOR-COACH”. Cuando utilizo este estilo, parto de la base de que el mentee es tan capaz como yo de llegar a la solución de un problema, y de que su enfoque puede ser mucho más acertado, valioso o efectivo que el mío; de modo que me pondré a su disposición para que utilice mi experiencia, trayectoria o conocimientos de la manera en la que a él le resulte más conveniente. Éste es un estilo puro de acompañamiento, donde el desarrollo de la persona tiene el protagonismo absoluto del proceso, y resulta especialmente indicado en casos de alta madurez.

Sin entrar en detalles, éstos son los cuatro estilos de intervención de los que se puede servir un mentor para cultivar una relación efectiva con su mentee, y son útiles independientemente del nivel lógico en que se esté produciendo dicha relación y del rol que esté desempeñando el mentor, factores ambos diseñados en el plan de mentoring de la organización. En futuros artículos analizaremos cada uno de esos niveles lógicos, así como cuándo y para qué puede resultar conveniente usar cada uno de ellos.

Por Iván Yglesias-Palomar para TALENTO

martes, 28 de julio de 2015

La felicidad en el trabajo: ¿mito o realidad?


Durante el pasado mes de junio en A Coruña asistí como ponente al FET 2015, “La V Conferencia Internacional de Felicidad en el Trabajo”. Un encuentro organizado por AEDIPE Galicia y que cuenta con el soporte de varias entidades, entre ellas La Xunta de Galicia y La Fundación Barrié.

Así como en la pasada editorial de esta revista digital os hablaba de “La Empresa Saludable”, en esta quiero compartir alguna de las ideas que presenté, eso sí, con un estilo desenfadado, a los asistentes de este congreso durante las dos horas que duró mi intervención. Para empezar, ya iba siendo hora de que, además de liderazgo y de management, se propusieran temáticas como estas en eventos en los que profesionales de todos los sectores y áreas funcionales se reúnen para compartir y debatir el camino que quieren que sigan las empresas, si pretendemos hacer de ellas proyectos sostenibles en los que trabajar y desarrollarse durante un buen número de años de nuestra vida.

Una de las declaraciones descarnadas que hice para provocar una reflexión sobre la que construir fue: “Si odias tu trabajo, estarás odiando lo que haces la mitad del tiempo que pasas en esta vida”. ¿Es esto lo que queremos? ¿Vamos a dejar que ocurra? Pero…, ¿de verdad se puede ser feliz en el trabajo? SÍ con mayúsculas y en negrita. Y cada día me encuentro con más personas que declaran congruentemente que ellos sí que lo son. Aceptando que no todo en este mundo es un acto de romanticismo y que la mayoría de los mortales necesitamos trabajar para mantener nuestro nivel de vida, se pueden hacer “conexiones en nuestra cabeza” para que tareas, a veces rutinarias y en contextos nada amables, me proporcionen satisfacción y hasta felicidad como consecuencia de la realización personal y un sentido de utilidad y trascendencia.

Cinco son las claves que propuse: La adaptación al medio: la naturaleza, aunque modificable, no se adapta a la especie. Es la especie la que debe adaptarse al medio para sobrevivir. Trabajar desde lo que somos, pero también desde lo que tenemos. Trabajar desde la misión, y no desde la función. Es decir, no pensar tanto en lo que hacemos sino en el “¿para qué lo hacemos?” ¿Qué utilidad tiene lo que hago y a quién beneficia?. El reencuadre: Entrenar para fortalecer el músculo de interpretar la vida de más maneras que esas que con obviedad nos muestran nuestros ojos. Generar vínculo entre los que compartimos un mismo proyecto profesional. Somos animales de manada y necesitamos de la manada para escalar en la pirámide de Maslow. Y, finalmente, la actitud. La felicidad es una actitud frente a la vida, y será ésta, y no la aptitud, la que determinará cuando de alto volemos a lo largo de nuestra existencia. La gente exitosa tan solo es gente ordinaria, pero que ante situaciones tan trascendentales como es la de ser feliz en este mundo, sabe tomar decisiones extraordinarias.

Atesora quiere acompañarte para hacer de tu trabajo un entorno más feliz porque, además, las personas felices son más productivas.

Os deseo mucho éxito en este camino.

Por Jorge Salinas, Presidente de Atesora, para TALENTO

martes, 21 de julio de 2015

El fin del trabajo



“La revolución industrial remodeló el trabajo artesano y gremial existente hasta entonces, en un trabajo mecánico que ocupaba un puesto central en la vida del individuo, tanto en su definición personal como en su forma de vida.

La sociedad de consumo supuso un paso más allá en la evolución de este pensamiento paradigmático, unido a la incorporación y sofisticación creciente de la tecnología.

El progreso tecnológico subvirtió la relación existente hasta entonces entre empleo y productividad, hasta el punto de que la productividad empezó a crecer a medida que el empleo disminuía; según datos del Financial Times “la gente empleada se redujo en la UE entre los años 1970 y 1994 de un 30 a un 20%, y de un 28% a un 16% en EEUU, sin embargo durante este mismo periodo, la productividad industrial aumentó un promedio del 2,5% anual.

Este descenso del empleo en todo occidente, es una tendencia creciente que no tiene visos de remitir durante los próximos años. Un reciente estudio de la Universidad de Oxford augura que el 47% de los empleos que conocemos hoy, serán realizados por máquinas en las dos próximas décadas.

Las nuevas tecnologías junto con la globalización son factores que influyen poderosamente en esta escasez de puestos de trabajo ya hoy, instalándonos de lleno en el post consumo, en la era de la información, donde las nuevas tecnologías y sobre todo, su vasto acceso van a redefinir la manera en la que nos vamos a relacionar con el empleo en el futuro cercano.

Desde esta perspectiva, los retos a los que nos enfrentamos como asesores y facilitadores en outplacement, requieren de nosotros elevar nuestra mirada y encontrar nuevos horizontes, reformular el concepto de “empleo” y delimitar sus nuevos contornos. La gestión del talento pasa hoy por entender, que quien pierde su puesto de trabajo es posible que se enfrente a largos periodos de desocupación laboral, en los que el reciclaje formativo exclusivamente técnico o funcional, ya no es suficiente.

Aspectos como el trabajo sobre la autoestima, el desaprendizaje, la gestión de la incertidumbre y la creatividad, deben formar parte de una nueva visión de la formación, una visión que debe profundizar en el valor intrínseco del individuo, más allá de su ocupación profesional, su posición social o el puesto que ocupa.

La adopción de programas combinados, en los que se trabaje y potencie una multitud de aspectos relevantes para afrontar la situación de desempleo desde una perspectiva global, es un paso necesario para avanzar en unas realidades personales y profesionales cada vez más complejas.

Ante una situación de desempleo, se hace crucial invertir nuestro “capital tiempo” en realizar una revisión completa de nosotros mismos. Se hace necesario un paso por el “dique seco”, paso que debemos aprovechar para examinar y reconocer nuestras necesidades pero también nuestros anhelos, así como nuestras capacidades para afrontar la nueva etapa, maximizando las oportunidades y mejorando nuestra forma física y mental.

El programa Coachplacement® 90 60 90 está diseñado desde esta mirada holística y completa del individuo, trabajando todas las áreas necesarias para gestar una renovación, una evolución que aporte al individuo una visión amplia y diferenciada en la que se integran técnicas de resiliencia, asertividad, autodominio, creatividad y estrategia.

Por Juan Carlos Sánchez, facilitador del programa Coachplacement® 90 60 90.

martes, 14 de julio de 2015

Cómo ganar a “piedra, papel y tijera” o aprendiendo a hacer uso de la experiencia en Mentoring


Probablemente todos hemos jugado alguna vez al popular juego de piedra, papel o tijera con más o menos éxito, ya sea en nuestra infancia o bien para dirimir alguna cuestión más o menos  “trascendental” como a quién le toca recoger la mesa o estar al lado de la barbacoa. La mayoría de nosotros pensaríamos que es un juego en el que sólo el azar determina al ganador, pero parece que nuestras estrategias de pensamiento, razonamiento y actuación son bastante más previsibles de lo que podemos llegar a sospechar y nuestras acciones están fuertemente condicionadas por nuestras experiencias previas.

Recientemente  un grupo de científicos chinos ha identificado una estrategia aparentemente ganadora con independencia de la persona con la que se juegue. A partir de la observación minuciosa de la experiencia de más de 360 estudiantes jugando al popular pasatiempo y después de más de 300 rondas, han identificado determinados patrones de comportamiento en las diferentes  partidas que les ha permitido extraer una serie de conclusiones cuanto menos curiosas:

La primera es que si una persona gana una de las rondas, hay una mayor probabilidad de que escojan la misma opción que les llevó a la victoria.

La segunda observación curiosa es que si una persona pierde 2 o más veces seguidas, no volverá a elegir la opción con la que perdió, eligiendo como alternativa en su lugar el signo que  permita ganar a la elección con la que le derrotaron en la última ronda. Así por ejemplo si una persona ha perdido varias veces seguidas y la última perdió con papel, optará en la siguiente ronda  por elegir tijeras. A este tipo de respuestas condicionales se las denomina estrategias de ganar-mantener y perder-cambiar. Sabiendo esta tendencia, nos permitiría anticipar determinadas respuestas de forma estratégica para prever en el contexto del juego la actuación de los demás.

Lo interesante del propio experimento (doy fe de haberla probado y funciona) no es tanto el carácter “predictivo” del mismo, sino el procedimiento de observación, aprendizaje  y modelado sistemático que siguieron los científicos a partir de la experiencias observadas. Y es precisamente esa capacidad “científica” de aprender y generar conocimiento a partir de la observación de nuestra experiencia, la que se revela como una habilidad fundamental en cualquier proceso de mentoring, en donde las experiencias vividas se convierten en la base sobre la que mentor y mentee trabajan conjuntamente. Tanto mentores como mentees han de ser capaces de observar y obtener valiosos insigths a partir de sus propias vivencias, actuaciones y decisiones.


Hay una serie de elementos comunes en el proceso de mentoring que se relacionan con la actuación de los científicos:

* El aprendizaje sobre la experiencia se basa en la observación y ha de emplearse sistemáticamente y de forma estructurada.

* El objetivo de observar la experiencia es el de extraer y convertir esa experiencia en conocimiento útil y operativo.

* El uso posterior de ese conocimiento nos capacita y nos permite ser más efectivos, conscientes y competentes en aquello que estamos haciendo.

* El nuevo conocimiento obtenido podemos conectarlo con áreas de actuación aparentemente distintas de nuestra vida.

* Poder volver de forma recursiva sobre las mismas experiencias, lejos de parecer tedioso, nos permite identificar, comparar y extraer patrones donde antes sólo había información sin sentido o aparente “azar”.

* Hacer uso de nuestro pensamiento deductivo, inductivo y abductivo de forma integrada es clave para construir conocimiento.

* Cuanto más entrenamos nuestro “músculo de observar” y razonar sobre nuestra experiencia, más efectivos nos volvemos en esta habilidad siendo la base de la mejora, la innovación y el desarrollo continuo.

La capacidad de modelar la experiencia, por tanto, es una de las competencias esenciales que ha de desarrollar cualquier mentor si quiere ejercer de forma efectiva su rol, guiando la atención de sus mentees con el fin de que aprendan de sus propias experiencias y comportamientos. Sin embargo, de manera natural, esta habilidad de observar con curiosidad nuestra experiencia y aprender a partir de ella es algo que como adultos no sabemos hacer sin el entrenamiento adecuado (a pesar de que como niños sí que hemos hecho uso de esta capacidad para aprender cómo funciona el mundo). Investigar y explorar son procesos que conviene entender y saber hacer sistemáticamente durante el proceso de mentoring  y el diálogo que se establece entre mentor y mentee es un espacio especialmente valioso destinado a ello, así como las tareas, ejercicios y herramientas que se utilizan entre sesiones.

Identificar estrategias de actuación, extraer patrones, y emplear nuestra experiencia reflexivamente, son algunas de las cosas que durante el proceso de mentoring conducirán a un mayor nivel de consciencia,  y por ende, a una mayor capacidad de autogestión y mejora sobre lo que hacemos.

El mentor es responsable de activar en sus mentees  el sentido de “curiosidad científica” por explorar y sumergirse en sus experiencias, y para ello el propio mentor previamente ha de haber sido capaz de observar, reflexionar y extraer conocimiento de las suyas propias.

Para aquellos curiosos que quieran experimentar y ver si pueden ganar con el famoso juego de piedra, papel y tijera, aquí os dejo la estrategia de los chinos para que la probéis con vuestros hijos, parejas y/o amigos durante este verano. Quizás os permitan “negociar” con éxito más de un asunto. ¡Os deseo mucho éxito!



Estrategia ganadora


Si en la última ronda has ganado jugando...

* ... Piedra, en esta ronda juega tijera.
* ... Papel, en esta ronda juega piedra.
* ... Tijera, en esta ronda juega papel.

Si en la última ronda has perdido jugando...

* ... Piedra, en esta ronda juega tijera.
* ... Papel, en esta ronda juega piedra.
* ... Tijera, en esta ronda juega papel.

Si tu oponente ha leído esto y en la última ronda has perdido jugando...

* ... Piedra, en esta ronda juega papel.
* ... Papel, en esta ronda juega tijera.
* ... Tijera, en esta ronda juega piedra.


“Aprender de nuestra experiencia en el  presente es la base para nuestro éxito futuro”- Anónimo


                                        Por Miguel Labrador para TALENTO



jueves, 9 de julio de 2015

Talleres que no puedes perderte si perteneces a RRHH


A partir de septiembre volveremos a proponerte nuevas presentaciones y talleres experienciales basados en nuestros programas.

Te adelanto el calendario que desarrollaremos en septiembreoctubre y noviembre, para que lo tengas en cuenta y puedas solicitar tu plaza con tiempo. Te recuerdo que en nuestros Talleres-Presentaciones utilizamos la misma metodología de aprendizaje experiencial que empleamos en nuestros programas. Trabajaremos sobre situaciones reales en formato Real-Play, te llevarás experiencias, distinciones y las valiosas aportaciones del resto de participantes. Será ameno y dinámico.


25 de septiembre: Programa de desarrollo de liderazgo: “Líder - Coach 232®“ 

¿Eres capaz de visualizar los resultados que podrían conseguir tus colaboradores, si facilitases su desarrollo un poquito cada uno de los 232 días laborables del año?

-                Horario: 9:00h – 14:30h
-                Lugar: Hotel en Madrid 
-                Aforo limitado: 15 plazas 
-                Gratuito



27 de octubre: Taller (abierto) de Implantación de Cultura de Mentoring.

Si estás pensando en implantar y/o en revisar algún programa de mentoring, podemos ayudarte a diseñar tu mapa de ruta.

-                Horario: 9:00h – 18:00h
-                Lugar: Hotel en Barcelona 
-                Aforo limitado: 15 plazas
-             Inscripción: 70€ (incluye desayuno, coffee break y comida)



29 de octubre: Taller (abierto) de Implantación de Cultura de Mentoring.

Si estás pensando en implantar y/o en revisar algún programa de mentoring, podemos ayudarte a diseñar tu mapa de ruta.

-                Horario: 9:00h – 18:00h
-                Lugar: Hotel en Madrid 
-                Aforo limitado: 15 plazas
-             Inscripción: 70€ (incluye desayuno, coffee break y comida)



27 de noviembre: MINItaller de Feedback y Valoración Efectivos en el contexto de la Evaluación del Desempeño

Feedback efectivo es, en primer lugar, el que moviliza a tu colaborador a tomar consciencia de sus comportamientos y actitudes, así como las consecuencias de los mismos en términos de productividad y positividad. Y, a continuación, le lleva a diseñar y ejecutar comportamientos y actitudes diferentes, que generarán resultados diferentes.

-                Horario: 9:00h – 14:30h
-                Lugar: Hotel en Madrid 
-                Aforo limitado: 15 plazas
-                Gratuito


Si te interesa participar sólo tienes que enviar tu solicitud a info@atesora.es, especificando el taller-presentación y tus datos: teléfono, email, organización y cargo.


martes, 7 de julio de 2015

De Jefe de Ventas… a Coach de Ventas - (Deja ya de hablar a tus vendedores… y empieza a hablar con ellos)

En este artículo nos referimos al Jefe de Ventas convencional* como un individuo que muestra creencias, actitudes y comportamientos como los que siguen…

Habla a

El Jefe de Ventas convencional, ése que todavía abunda tanto, es un individuo que se comunica con sus vendedores, prácticamente, usando el “modelo decir”.

Es un modelo para “hablar a”. Observa cómo ese Jefe de Ventas se relaciona con su vendedor para “decirle” lo que tiene que hacer, lo que está bien o mal y darle sus soluciones a sus problemas (los del vendedor). Se trata de una comunicación unidireccional.

Desmotiva

Este Jefe de Ventas se sorprende - y lamenta - de la escasa motivación de sus vendedores y, también, de su lento y limitado desarrollo. 
No es consciente de que su modelo de comunicación es, precisamente, el que limita y coarta el despliegue de sus habilidades.

Castra

Se trata de un Jefe de Ventas que no sabe o entiende – tal vez su jefe no se lo explicó y, desde luego, no se lo exige – que su misión principal ya no es seguir vendiendo como cuando era vendedor (probablemente era un vendedor estrella), sino desarrollar las habilidades de sus colaboradores para que (ellos) vendan más y mejor cada día.

No se da cuenta que cada vez que le da una solución a su colaborador le está privando de encontrarla, es decir, de desarrollar su habilidad para analizar la situación - y los elementos que la constituyen – y desplegar su habilidad creativa para diseñar varias opciones de solución que, una vez comparadas y evaluadas, le permitan tomar una decisión por la más adecuada u oportuna. 

El Jefe de Ventas convencional es castrador, porque impide la puesta en práctica de todas estas habilidades y, por tanto, el desarrollo de las mismas.

Somete

El Jefe de Ventas origina y retroalimenta un círculo vicioso de infradesarrollo al mantener la “dependencia” de sus vendedores, cautivos de sus decisiones y soluciones.


Obediencia (“el que se mueva no sale en la foto”)
Simultáneamente el vendedor al que se le ha dicho qué hacer o cuál solución ejecutar, opera en modo irresponsable

Respons-abilidad es, como ya sabes, la (h)abilidad para responder (a las situaciones a las que te enfrentas). Si la respuesta (solución, decisión…) no es del vendedor (es del Jefe) ¿cómo se va a sentir responsable?. El vendedor será, en esta situación, simplemente el ejecutor de una orden o instrucción y, por consiguiente, lo mejor que puede sentir es ser obediente, si cumple correctamente con la instrucción de su Jefe.

Ladrón

La palabra es dura. Pero cuando robas la responsabilidad a tu vendedor le estás despojando de su sentido de compromiso. El vendedor se compromete cuando se siente autor o dueño. Tu colaborador necesita sentir que está participando y para ello espera que, en función de su madurez profesional, le escuches y preguntes su opinión, sugerencia, propuesta o decisión.

Este tipo de Jefe de Ventas parece no darse cuenta de que este modelo comunicativo significa su apropiación de la relación con el cliente. Cada vez que el Jefe de Ventas toma decisiones y soluciones que pertenecen a la relación vendedor-cliente, está saboteando esa relación. Y lo hace porque no asume su nueva misión – desarrollar a su vendedor – y, en su lugar, continúa operando como el vendedor estrella que era. 


Así que se apropia de la relación – otro saqueo a su vendedor. No quiere o, más probablemente, no sabe cómo ser Jefe, así que regresa a sus tiempos de vendedor y se encarga de hacer lo que sabe, y ciertamente lo hace muy bien: vender. 

Pero se ha olvidado de un detalle: la relación con el cliente no es suya… es de su vendedor.

Desempodera (resta poder)

Cuando observo lo que hace este Jefe de Ventas a lo largo de un día completo, porque le acompaño como si fuera un reportero con una cámara de vídeo, es evidente tomar conciencia de la gran cantidad y variedad de decisiones que toma sin corresponderle. Una parte significativa de ellas tiene que ver con la facultad de  modificar precios y condiciones económicas.

No es de extrañar, por tanto, que gran parte de su jornada transcurra con su móvil pegado en la oreja tomando decisiones sobre el particular. Es una forma ineficiente de mantener su control y autoridad sobre sus vendedores. El mensaje es claro: yo tengo la última palabra. Y la consecuencia es evidente: desempodera a su vendedor.

El vendedor se ve obligado a negociar ¡con su jefe! la concesión de determinadas condiciones de venta solicitadas por su cliente. La negociación se ha desplazado del lugar natural (vendedor-cliente) a otro externo (vendedor-jefe) para volver, una vez decidida por el Jefe, al lugar natural. Durante este by-pass el vendedor pierde poder de negociación delante de su cliente, que se da cuenta de que este vendedor no es más que un intermediario entre él y el que decide (el jefe). Debilitar el poder de tu vendedor frente a sus clientes no parece una buena estrategia comercial para una empresa, aunque sí parece serlo para este Jefe de Ventas más interesado en mantener su poder frente a sus colaboradores.

La transformación: de Jefe de Ventas a… Coach de Ventas **

Cuando el Jefe de Ventas convencional se da cuenta de que su modelo no le sirve más que para sobrevivir y sentirse víctima de las dificultades que le acarrea la crisis, los competidores y “sus mediocres vendedores carentes de motivación y compromiso…” 

Cuando decide hacerse responsable y aceptar que lo que no funciona es su modelo y opta por cambiarlo por otro más eficaz y sostenible, entonces… elije transformarse en un Coach de Ventas, ése que se distingue porque…

Habla con

El Coach de Ventas habla con sus colaboradores. Eso significa que practica con profusión e intensidad las habilidades nº1, nº 2 y nº 3 que ha aprendido y que no son otras que la escucha

Coach de Ventas es un excelente escuchador y las pocas veces que se permite abrir su boca es para preguntar. Porque el Coach de Ventas escucha para preguntar. Es decir, pregunta para desarrollar. Sus preguntas no tienen otro sentido que crear nuevas posibilidades para su vendedor y facilitar el desarrollo de las habilidades de éste. 

Coach de Ventas no sermonea ni pontifica. No jefea con su discurso. Cuando quiere decir algo, acciona o utiliza su ejemplo, esa es su forma de liderar, porque él si sabe que los adultos se influencian mucho más por el ejemplo (80%) que por las palabras (20%).  

Dispara motiv-acción

La motivación funciona de “dentro a fuera” (¡no al revés!). Por consiguiente Coach de Ventas facilita que su colaborador despliegue su motivación hablando con él, es decir, escuchando, preguntando y,  de  esta  forma,  facilitando   que   explore  soluciones, las evalúe, decida y ejecute.

Diseña contextos para que surja la motiv-acción de su colaborador.

Autonomía

El Coach de Ventas origina y retroalimenta un círculo virtuoso de desarrollo al disparar y alimentar continuamente la autonomía de sus vendedores, ahora autores de sus decisiones y soluciones.

Desarrollador

Coach de Ventas sabe y entiende que está en nómina, fundamentalmente, para desarrollar el talento comercial de sus vendedores. El ingreso que recibe mensualmente en su cuenta bancaria corresponde al trabajo y a los resultados (ventas) que han conseguido sus vendedores, porque él no vende nada, ya no es vendedor. 

Accountable

El objetivo nº1 de cualquier Coach de Ventas reza así: “Accountable de alcanzar o sobrepasar la cifra de ventas acordada, junto con un determinado margen de beneficio”. 

Observa que accountable es diferente de responsable. Antes hemos visto que Respons-abilidad es la (h)abilidad para responder. La función de vender no le corresponde al Jefe, sino a los vendedores. Por tanto el Jefe no es responsable de vender.

El Coach de Ventas es accountable de conseguir la cifra de ventas. Accountable significa “la responsabilidad de exigir y facilitar la responsabilidad de otro en el ejercicio de su función”.
El Coach de Ventas exige y facilita a su vendedor su responsabilidad de vender (su función).

La función de Coach de Ventas es posibilitar que suceda eso. Y la forma más eficaz y sostenible para que eso tenga lugar, un año sí y otro también, es desarrollando las habilidades comerciales de los que sí están en nómina para hacerlo.

No es nada sencillo dejar de seguir actuando como el vendedor estrella que fuiste y, en su lugar, desempeñarte como un Coach de Ventas utilizando el coaching desarrollativo. Ese es tu gran desafío.

Responsabilidad 

El Coach de Ventas desarrolla continuamente a su vendedor para hacerle responsable. 
Responsable de su desarrollo comercial, de la relación con su cliente y de sus resultados.

No utiliza la presión ni el miedo para obtener obediencia, sino que facilita el crecimiento y afianzamiento del sentido de responsabilidad de su colaborador.

Compromiso

Es muy fácil que tu vendedor elija comprometerse cuando se siente responsable. 

Eso es algo que el Jefe de Ventas ya ha experimentado. Es cierto que los Jefes de Ventas son individuos con elevados índices de responsabilidad y compromiso, porque se han adueñado de las relaciones de sus vendedores con sus clientes.

El Coach de Ventas tiene muy claro que la relación con el cliente pertenece al vendedor y, además, se esfuerza por fortalecerla. Por eso facilita el desarrollo de la responsabilidad y el compromiso de su vendedor con su cliente.

Empoderamiento 

Parece evidente que si Coach de Ventas pretende mantener y fortalecer el vínculo relacional vendedor-cliente necesita ser coherente y, para ello, reforzará progresiva e ininterrumpidamente el poder de su vendedor, conforme éste alcanza los niveles de desarrollo adecuados.

El vendedor se hará acreedor al poder de negociar directamente con sus clientes condiciones económicas. Las atribuciones que el Jefe de Ventas retenía en esta área serán transferidas al vendedor que, ahora, será responsable de gestionar y conseguir objetivos de ventas y beneficio bruto.

El vendedor crece en poder frente a su cliente y éste también se congratula de poder relacionarse con un interlocutor con poder de decisión. La negociación y el acuerdo reside en su lugar natural y es más eficiente.

Pero también crece el poder del ahora Coach de Ventas, que en lugar de dedicar gran parte de su jornada a calcular porcentajes y descuentos puede invertir su atención y energía en actividades más estratégicas y que añadan más valor.


Resumen: tu mejor inversión en 2015

La rapidez con que suceden los cambios tecnológicos facilitan sustancialmente el acceso de los clientes a la información y, por tanto, modifican el proceso de venta. Además el duro entorno económico favorece a las empresas que sean capaces de identificar y responder con mayor agilidad a las necesidades cambiantes de sus clientes. 

La persona de tu organización que está más cerca de los clientes es el vendedor. 
La forma más eficaz y eficiente de invertir en su desarrollo es a través de la persona que dirige su actividad.

La inversión en transformar a tu Jefe de Ventas en un Coach de Ventas es, probablemente, la que rinde un mayor ROI para tu organización: el Coach de Ventas es un desarrollador de talento comercial, disponible para los vendedores de tu organización a jornada completa todos los días del año.

“Si he podido ver más allá que otros es porque me he apoyado en las espaldas de gigantes.” – Isaac Newton

(*) Jefe de Ventas convencional es una expresión utilizada para describir de forma caricaturizada el extremo más ineficiente de creencias, actitudes y comportamientos que puede abrazar un Jefe de Ventas y se utiliza para remarcar las diferencias con el otro extremo más efectivo y excelente: el Coach de Ventas. La realidad muestra que los individuos ocupan diferentes posiciones en el continuo que delimitan ambos extremos. 

(**) Coach de Ventas es el concepto utilizado por Atesora en su programa The Executive Sales Coach- TESC ®.


Escrito por Jaime Bacás - Socio de Atesora
www.atesora.es


viernes, 3 de julio de 2015

Nueva edición de la revista TALENTO (Julio-Agosto 2015)

¡Buenos días a todos!

Queremos compartir con vosotros una nueva edición de nuestra revista TALENTO.

Os invitamos a descubrir si la felicidad en el trabajo es un mito o una ficción y muchas cosas más.

Si quieres ver la revista, pincha aquí



miércoles, 1 de julio de 2015

EMOCIÓN


Hace ya unos cuantos años –no diré exactamente el número para no dar pistas acerca de mi edad ya nada envidiable -, me ganaba los garbanzos como controller estratégico en una notable escuela de negocios de Madrid. Por si a estas alturas de la película alguien anda un poco flojo con el inglés, las traducciones al español que Wordreference.com hace del término controller son “interventor”, “director” y “controlador”.

En justicia, o por lo menos en mi experiencia desempeñando dicho puesto en esa organización en concreto, no se trataba de que interviniera el trabajo de otras personas y mucho menos que las dirigiera. En primer lugar porque, al ser profesionales de su función, la desempeñaban mucho mejor de lo que mis compañeros controllers o yo mismo pudiéramos haberlo hecho. Y en segundo lugar, porque intervenir en un proceso equivale a sacrificar la pureza del control sobre el mismo. Y cuando hablo de control no lo hago desde la fiscalización, sino más bien desde la supervisión y el apoyo.

Ahora sé que da lo mismo cuáles fueran mis intenciones o mi visión particular del cometido. Lo realmente importante es lo que mis compañeros percibían en aquellos momentos, así como la retroalimentación que producía en mí, y las consecuencias perversas que ello tenía en nuestra relación profesional y personal.

No recuerdo quién dijo que un controller es algo parecido a Darth Vader: alguien poderoso que una vez estuvo en el lado bueno, pero que en un momento se vio tentado por el reverso tenebroso de la fuerza, y ahí se quedó. Es evidente que yo no iba por los pasillos con capa negra, casco intimidatorio y respiración asmática como el bueno de Anakin Skywalker, pero lo que puedo asegurar es que el resto de la empresa me miraba como si fuera a aniquilarles desde la Estrella de la Muerte si osaban contrariarme.

No puedo dejar de esbozar una sonrisa cuando recuerdo aquellos años. Me viene a la cabeza una mañana en concreto, cuando me resultó difícil reprimir las lágrimas delante de mi directora. Lo que me hacía muy desgraciado en ese momento no eran los horarios más que dilatados –por aquel entonces culpaba a la empresa de injusta e inhumana, hoy sé que era un problema mío de “workaholismo”-, ni la presión de los objetivos y las reuniones desagradables; lo que me dolía era que los que pocos años atrás habían sido compañeros queridos, divertidos colaboradores y cómplices en alguna salida nocturna, ahora me odiaban, me temían y me insultaban detrás de cada esquina. ¡Dios, qué patético! ¿Te imaginas a Darth Vader haciendo pucheritos porque en realidad a él no le gusta ser malo?

Pero no es mi intención aburrirte en este artículo con mi biografía. En realidad uso esta anécdota para ilustrar, de modo más o menos gráfico, que lo que hacía vivir tensas e infelices a un montón de personas, empezando por mí mismo, era precisamente lo que por entonces me esforzaba en negar: el carácter profundamente emocional del ser humano. Siempre. Desde que nos levantamos. En cualquier caso, entorno y circunstancia. En el ámbito personal, y, especialmente, en el profesional.
Y no quería verlo así porque se suponía que la emoción, esa “cosa” tan pegajosa y sensiblera, no debía estar presente en un trabajo, y menos en una función de referencia y de poder, como allí entendíamos todos la figura del controller. A fin de cuentas, ¿quién no ha oído lo de “…a esta empresa se viene llorado de casa”? ¿O lo de “…aquí las emociones se las deja uno en la puerta”? Menuda estupidez.



¿Alguna vez has pasado una mala noche por causa de un problema de trabajo? ¿Y eso por qué? ¿No hemos quedado en que lo profesional y lo personal están bien delimitados lo uno de lo otro? Y por buscar el ejemplo contrario, si tu hijo estuviera en este momento en el hospital o tú estuvieras en medio de tu propio divorcio, ¿estarías en condiciones de rendir al cien por cien en tu puesto?

Por supuesto que no. Y no puedes porque el ser humano no puede elegir serlo o no en relación a dónde esté en cada momento o lo que esté haciendo en cada instante. El ser humano es un aparato complejo, lleno de componentes físicos que hacen cosas predecibles y que podemos cuidar y entrenar, pero que se engarzan entre sí y se lubrican mediante otros componentes que no son tan conocidos, que son subjetivos, que difieren de una persona a otra y que cambian su composición en virtud de las circunstancias.
Precisamente por eso es tan difícil alinear y motivar personas. Porque cada sujeto está repleto de subjetividades que le impelen a hacer cosas o le disuaden de ello; y además dependen de tantas variables que, si quisiera conocerlas todas, debería  convertirme en el propio sujeto, con su historia, sus experiencias, logros, prejuicios y situación contextual exacta. Y ni siquiera así, puesto que a veces todos hacemos cosas que ni siquiera nosotros mismos somos capaces de explicar desde un punto de vista lógico.

Esto es el fundamento de algo que los coaches conocemos bien, y llamamos carácter tridimensional del ser humano. Algo que no podemos ignorar si queremos ayudar a una persona o una organización a recuperar el equilibrio, y que en mi opinión debería explicarse desde la educación primaria para que nunca se dejara de tener en cuenta.
Y digo equilibrio porque se trata precisamente de eso. De lograr la armonía mediante el contrapeso de fuerzas que operan, seamos conscientes o no de ellas, con gran influencia en nuestro día a día.

Una forma sencilla de verlo es un ejemplo que uso con frecuencia en los talleres que facilito, y consiste en imaginar a una persona como si fuera una mesa que reposa sobre tres patas. Es evidente que cualquier mesa del mundo necesita al menos tres patas de la misma longitud, si deseamos que las cosas que ponemos encima no se caigan al suelo. Vale, excluiré del ejemplo los mostradores, las mesas atornilladas a la pared y algún artilugio sueco de diseño imposible, pero estarás de acuerdo conmigo en que la mayor parte de las mesas del Planeta Tierra tienen al menos tres patas iguales.
Pues, siguiendo con la metáfora, el ser humano es la única mesa que pretendemos que se mantenga en equilibrio sobre una sola pata. Sí, es cierto que tiene tres, pero por algún extraño motivo cultural o herencia social ponemos casi toda nuestra atención en una de ellas, tenemos en cuenta sólo de forma relativa a la segunda y nos olvidamos deliberadamente de la tercera. Una locura, ¿verdad? Porque si hipertrofio una de las tres patas en detrimento de las otras dos, ¿cómo puedo pretender que el sistema esté en equilibrio? Buena pregunta.

La pata hipertrofiada es nuestro componente intelectual. Nuestra capacidad de pensar, reflexionar, establecer vínculos complejos entre los sucesos y sus consecuencias; nuestra habilidad para resolver problemas, coordinar acciones y contextualizar los resultados. El arte, la creatividad, el humor, la espiritualidad, la consciencia acerca de la propia extinción, el concepto de trascendencia. Y, por encima de todos ellos, el lenguaje, la meta herramienta suprema que nos distingue como humanos.

Ésta es una pata muy estudiada, conocida y premiada. Al menos en la sociedad occidental contemporánea, un buen desarrollo intelectual es habitualmente sinónimo de éxito social y económico, y por ello nos sacan de nuestro hogar en los primeros años de vida y se nos somete a un proceso de estudio y competitividad que no finalizará hasta nuestra muerte. Por eso disfrutan de más prestigio social las profesiones con título que las que no lo tienen, y por eso tienden a subir en las organizaciones las personas más capacitadas en lo técnico, aunque frecuentemente sean analfabetas en lo relacional.

Para continuar con el ejemplo de la mesa, nuestra pata intelectual mide dos metros de altura. Lo que viene a significar que, si las otras dos patas no tienen la misma longitud, el equilibrio se verá muy comprometido… y eso es exactamente lo que pasa.

La segunda pata tiene que ver con nuestro cuerpo. La mente no puede existir sin un habitáculo físico, así que la relación entre ambas extremidades es obvia. Sin embargo, aunque los tiempos están facilitando y promulgando un culto al cuerpo que hace pocas décadas no existía –piensa en las empresas que empiezan a tener gimnasio en sus sedes, o en el moderno mobiliario de oficina, tan ergonómico y cuidado-, lo cierto es que la atención y el tiempo que le dedicamos a nuestro propio cuerpo, más allá de hacer una dieta o de correr por las mañanas, está muy lejos de compararse con el que le prestamos a nuestro intelecto. Esto no siempre es así en los casos individuales –me vienen a la cabeza los apolíneos cuerpos de Hollywood-, pero indudablemente sí es así en lo social y organizacional. Y si no te lo crees, corre a pedirle a tu jefe que dediquen ese despacho vacío de la cuarta planta a un gabinete de masajes o a un jacuzzi y verás lo que te dice. Te apuesto un pincho de tortilla y una caña a que la frase termina en “ulo”.



Así que ya tenemos una mesa que se apoya en una pata de dos metros y en otra de, pongamos, noventa centímetros. Si buscábamos el equilibrio, parece que no vamos por buen camino.
¿Y qué sucedería si la tercera pata no solamente estuviera menos atendida que las otras, sino socialmente mal vista? ¿Cómo nos educarían si la sociedad pensara que esa pata sólo es útil en la intimidad, pero contraproducente en lo profesional y muchas veces en lo relacional? ¿No es esquizofrénico pensar que una parte de mí es buena, sana y constructiva con mis padres, pareja o hijos, pero no debo mostrarla con mis colaboradores, jefes o clientes porque me hace vulnerable?

La tercera pata es lo emocional. La palabra emoción es habitualmente confundida con otros términos, como sentimiento o estado de ánimo, pero no significan lo mismo. Por ejemplo, aunque el sentimiento de una persona por su pareja sea “amor” (algo profundo, consciente, estable, macerado a lo largo de años de convivencia y complicidad), ello no sería incompatible con sufrir en un momento determinado una emocionalidad de “celos” (visceral, súbita, breve, instintiva); y también esa persona podría decidir no hacer caso a dicha emocionalidad simplemente recordando los lazos de confianza que le unen con su pareja, es decir, elegiría su estado de ánimo. Aunque parezca lioso y todos estos conceptos tengan muchas zonas comunes, no son iguales.

Me gusta quedarme con la definición etimológica de emoción: e-motĭo, que en latín significa literalmente “lo que me mueve”; es decir, lo que me lleva hacia algo.  Pues lo curioso es que esta tercera pata, que tiene una importancia capital en las acciones y resultados, no sólo está descuidada sino socialmente inhibida. Está mal vista, no parece útil, y usualmente nos sentimos incómodos con ella, especialmente cuando nos desenvolvemos en el área profesional.

Si quieres comprobarlo, haz un reconocimiento positivo a algún compañero de trabajo cuando no se lo espere –bastará un simple “me encanta cómo haces tal o cual cosa”, o un “¡qué bien te sienta ese vestido!”-; verás cómo de repente esa persona se siente en un pequeño compromiso, y le resultará extraño haber recibido ese regalo sin contrapartida aparente. Eso es porque desde niños tenemos programado en la cabeza que, mientras que el reconocimiento negativo –el insulto, la bronca, la descalificación- es frecuente, sea merecido o no, el reconocimiento positivo “gratis” no existe, es decir, que si alguien nos dice algo agradable es porque quiere algo a cambio.

Ésa es la razón por la que tantas veces escucho lo del “…para qué le voy a decir que lo hace bien, si le pago para que lo haga bien…”, o lo del “…no pienso felicitarle, no vaya a ser que se lo crea…”. Buff, parece que a fin de cuentas Darth Vader sí existe…

El ser humano es un sistema tridimensional. Si una de las tres patas sufre, las otras se verán afectadas, así como el equilibrio final. Si esta noche no duermes –pata corporal-, mañana no estarás en tu mejor momento intelectual ni emocional. Si el lunes te juegas algo importante en un examen –pata intelectual-, te verás sujeto a tensión o ansiedad –pata emocional-, que tendrán como consecuencia resultados corporales –insomnio, ardor de estómago…-

Esto es una verdad como un templo, y no es negociable. Da igual si no crees en lo emocional o lo subestimas; es una realidad, actúa sobre ti y sobre el resto, y nos condiciona a todos. Tus colaboradores son seres emocionales, tanto como tu pareja e hijos, y al igual que tú conseguirán logros importantes si se sienten reconocidos y felices, y funcionarán a remolque si sólo obtienen recriminaciones y amenazas, explícitas o veladas.  Todo el tiempo que una persona dedica a defenderse se lo resta a producir o a crear.
No te quepa duda. Organizaciones más felices son organizaciones más productivas, que obtienen negocio y resultados donde otras no llegan. No se trata de alimentar un clima buenista y exento de responsabilidad, pero piensa que en las empresas el sistema espartano quedó muy atrás, al igual que la máquina de escribir y el disco de vinilo.

Si el principal problema empresarial del siglo XXI es la retención del talento, ¿qué estás haciendo tú exactamente para que no huya el tuyo?

Continuará...


Escrito por Iván Yglesias-Palomar para TALENTO.


miércoles, 24 de junio de 2015

Valores Organizacionales y Mentoring


Probablemente uno de los campos que más desafío supone a las organizaciones (principalmente a los departamentos de RRHH) es el trabajo de difusión, alineación y transmisión de sus valores organizacionales a las personas que las integran. Por irónico que parezca, es habitual que no se aprecie mucho valor en el hecho de poder trabajar y hacer operativos los valores de una empresa, quizás por lo intangible de su repercusión, aunque quizás tiene un impacto mucho mayor del que se suele pensar.

Habitualmente, cuando pensamos en valores, nos viene a la cabeza los bonitos listados que con un lenguaje positivo  (y “políticamente correcto”) adornan los encabezados de algunas páginas webs de nuestras empresas, normalmente redactados como continuación de una declaración de misión y/o visión de la compañía. Sin embargo, aquí es importante añadir una distinción entre los valores declarados y los valores propiamente “en uso” representados en las prácticas de la compañía (que pueden o no coincidir).

Hay un viejo dicho que dice “dime en qué inviertes tu tiempo y te diré que valoras” y cogiendo su tenor literal, la mejor manera de pensar los valores que tenemos y ejercitamos es a través de la expresión de las acciones que elegimos hacer; si  por ejemplo, suelo invertir 5 días de promedio a la semana en hacer deporte yendo a un gimnasio durante varias horas al día y cuidando de  que mi alimentación sea equilibrada en cada comida que hago, es fácil afirmar que el valor “salud” podría ser algo relevante dentro de mi esquema vital y una expresión de mi jerarquía de valores.

En este sentido, cuando hablamos de valores organizacionales, nos referimos a aquellos que se expresan a través de los comportamientos que realizan las personas que las integran, no meramente los que redactamos y recogemos en nuestras declaraciones de una forma ideal y/o teórica. Y es precisamente en el campo de los comportamientos donde la tangibilidad de los valores se hace más patente y deja de ser una cuestión baladí. Si consideramos que todo resultado es la consecuencia de una acción (o no acción) y las acciones que elegimos ejecutar son función directa y expresión de los valores que tenemos activados en cada momento, entonces el asunto de los valores deja de ser un terreno abstracto y pantanoso y pasa a tener un importancia operativa real que condiciona decisivamente los resultados que obtenemos.
Una de las prácticas que más pueden contribuir a generar alineación, tomar consciencia y funcionar de vehículo transmisor de los valores que están funcionando en cada momento es a través del mentoring. El mentoring, en cuanto a metodología, ayuda al desarrollo de los individuos y al aprovechamiento del capital experiencial de la organización creando una estructura de soporte, crecimiento y sinergia continua entre las personas que la componen. Un mentor interno que sea plenamente consciente de los valores fundacionales que se pretenden preservar e impulsar y que tenga las habilidades, distinciones y herramientas necesarias, puede aportar un valor decisivo trabajando en este campo extraordinariamente subjetivo pero tremendamente relevante.

Varios son los desafíos que ha de abordar el mentor (o la organización) que quiere intervenir en la esfera de la axiología organizacional.

El primero, es ser capaz de ser consciente de sus propios valores diferenciándolos de los de la propia organización.
Muchas veces confundimos lo que nosotros valoramos con lo que la organización valora y necesita y esto puede contaminar cualquier trabajo que pretendamos realizar de transmisión y/o alineación.

El segundo desafío es ser capaz de ayudar a sus mentees a tomar consciencia de sus propios valores y cómo estos tienen cabida en el ejercicio de su función y en relación a la organización.

El tercer desafío es conseguir operativizar (“bajando a tierra”) aquellos valores que la organización quiere impulsar. En relación a esto , es interesante conectar e integrar diferentes niveles de proceso.




Básicamente podemos dividirlos en 4, yendo del más abstracto al más concreto:

• El primer nivel es propiamente el de valor: definir qué valor de nuestra organización queremos impulsar (honestidad, integridad, innovación..etc.). A este nivel es todavía difícil poder trabajar. Habitualmente es un nivel que se define en nuestras empresas y es el que se suele recoger en los listados de valores.

• El segundo nivel a través del cual se manifiestan nuestros valores es a través de las capacidades y/o habilidades que necesitamos para hacer efectivos nuestros valores (ejem: imaginar, recordar, delegar, influir, comunicar…).

Una buena pregunta que nos podemos hacer para dar forma a este segundo escalón es la de pensar qué habilidades y/o capacidades personales necesitarían nuestros empleados para poder satisfacer y/o hacer efectivo el valor que queremos impulsar.
Si por ejemplo nuestra organización tuviera como valor primordial la “orientación al cliente” sería importante pensar qué competencias/ habilidades serían necesarias que desarrollaran los empleados para poder satisfacer ese valor teniendo teniendo en cuenta el producto y/o servicio de que se trate. Quizás tras una reflexión pausada se vea necesario que en nuestra empresa las personas que representan mejor ese valor son aquellas que son capaces de  gestionar los conflictos adecuadamente, demostrar empatía de cara al cliente, ofrecer una escucha activa, comunicarse con asertividad etc.). Probablemente depurar y determinar qué habilidades son esenciales de las meramente superfluas sea una reflexión muy necesaria que puede arrojar algo de luz sobre este segundo nivel de detalle.

• El tercer nivel, consecuencia de lo anteriormente dicho, es el de pensar qué actividades/comportamientos serían una mejor expresión de esos valores y de esas capacidades anteriormente descritas. Entendiendo por comportamiento cualquier acción que pudiera grabar una video-cámara (p. ejem sonreír, saludar, preguntar etc.). Este nivel de detalle es fundamental para poder realmente operativizar o alinear un valor. La pregunta que nos podemos hacer aquí es la de qué comportamientos o actividades  captaría una videocámara si esa persona estuviera expresando el valor que queremos impulsar reflejo de las capacidades anteriormente descritas.

Nuestras acciones ya hemos visto que son la mejor expresión de lo que valoramos así que conectarlas con un sentido de propósito será clave para poder “destapar” valores.

• El cuarto y último nivel, más concreto aún que el anterior, es pensar en qué situaciones/ contextos querríamos que las personas se comportaran conforme a ese valor, esas capacidades y esos comportamientos previamente definidos. Probablemente a nada que reflexionemos sobre este punto se nos ocurren situaciones concretas que nos gustaría aprovechar para vivir y encarnar ese valor. No se trata de elaborar una casuística exhaustiva, sino únicamente fomentar la reflexión sobre este punto. El aspecto desafiante aquí es ser suficientemente detallados en cuanto a los entornos más probables donde queremos actuar de forma congruente con ese valor (ejem: cuando estemos en presencia del cliente, al tramitar sus pedidos y/o reclamaciones, en las reuniones promocionales etc.).

Nuestro mayor enemigo para poder trabajar con valores es lo que llamamos en coaching  el “transfondo de obviedad”; lo que puede ser obvio para mí desde mi manera de entender las cosas puede no ser obvio para el otro. El mentoring, como enfoque metodológico para difundir valores organizacionales, provee un gran conjunto de herramientas y distinciones necesarias para poder trabajar con cada uno de estos niveles de forma integrada y con gran precisión respetando la subjetividad de cada uno.

Ahora que empezamos el nuevo año, será interesante que observemos a qué cosas dedicamos realmente tiempo y cuales se quedan en bonitos propósitos que no llegamos a aterrizar (como las declaraciones de valores de algunas de nuestras empresas), probablemente será un buen termómetro de nuestros “valores en uso” y una buena oportunidad de ser más congruentes y consistentes con las declaraciones que hacemos.


miércoles, 17 de junio de 2015

Procrastinación y toma de decisiones




“Por lo que se refiere a la procrastinación, la principal dificultad a la que nos enfrentamos en este momento es, en mi opinión, su invisibilidad. Es decir, nuestro desconocimiento respecto a lo que es y cómo funciona. Esa ignorancia trae como primera consecuencia que aparezca invisible a nuestra mirada o que la confundamos con otras etiquetas.

Por eso muchos se sorprenden cuando escuchan que el 90% de la población general  procrastinamos en ocasiones o que el 20% lo hace de forma crónica (el 60% en el segmento de estudiantes universitarios).

Se han identificado más de veinte tipos distintos de procrastinación. Hoy me detengo en uno muy corriente en el ámbito laboral: procrastinar la toma de una decisión.

¿Por qué y para qué no tomo la decisión? 

Decidir es elegir. Cuando necesitas elegir puedes tener dudas. Dudas porque tienes miedos. Unos tienen miedo a equivocarse en la elección. Otros a tener éxito, porque se subirían el listón. Algunos – los perfeccionistas - nunca se sienten preparados para decidir, porque nunca terminan de recoger información o completar su análisis de coste-beneficio…

Los que nunca terminan de reunir información para tomar la decisión, mantienen la (falsa) ilusión de alcanzar, más adelante, un 100% de seguridad. No aceptan el riesgo.

Otros que tampoco disponen de toda la información, se autocensuran o desprecian por su ignorancia o incapacidad para reunirla, mientras al mismo tiempo no se dan permiso para consultar con expertos en ese asunto. Su creencia (limitadora) es que la decisión no tiene valor - ellos mismos no tienen valor - si no la toman ellos solos, sin ayuda de nadie.

 Es curioso que muchos de ellos, una vez que consiguen tomar la decisión, parecen no tener ningún problema en ejecutar todo lo que la decisión lleva consigo. Su problema reside en que aplazan la toma de decisión y,  por ello, se embarcan en una gran variedad de otras tareas que les alivian, porque les permiten “escapar” o “evitar” la realización de su actividad más relevante (e incómoda): tomar la decisión.

Durante esa fase de evitación y sustitución se sienten, adicionalmente, bloqueados. Es una sensación de embotamiento que dificulta pensar con claridad en otros asuntos y que suele venir acompañada de sentimientos de frustración y preocupación.

El miedo que sientes proviene de tu creencia de que tendrás que convivir toda tu vida con los resultados de tu decisión. Y eso que puede ser cierto en alguna ocasión, no lo es en la mayoría de los casos, porque podrás realizar modificaciones en el trayecto e incluso cambiar tu decisión. El problema es que tu lo consideras irreversible, o magnificas tanto las consecuencias que te dices que no podrás soportarlo.



¿Cuántas decisiones tomas cada día?

Cada día de tu vida tomas decenas o centenas de decisiones. La gran mayoría (80-95%) son inconscientes  o automáticas, porque forman parte de tus hábitos o rutinas. Es una suerte que sea así. De esa forma mantienes una eficiencia elevada y ahorras una enorme cantidad de energía.
El resto son conscientes y, por tanto, requieren de tu atención. La gran mayoría (de esa minoría) son sencillas. P.e.: ¿De segundo elijo carne o pescado?

Y unas pocas son difíciles, complejas o arriesgadas. P.e.: ¿Lanzo primero el producto A o el B? ¿Contrato treinta vendedores más? ¿Compro esta compañía o no? ¿Ahora o dentro de un año, que previsiblemente bajará su cotización en bolsa? ¿Reduzco un 5% el sueldo de los funcionarios?

Generalmente, cuando te enfrentas a una toma de decisión tienes diferentes opciones entre las que elegir. Es bastante infrecuente que no tengas opciones. A veces tus creencias (limitadoras) te impiden verlas o encontrarlas y, claro, para ti no existen.

Hay personas que por su función o posición en el organigrama, como los directivos o jefes, necesitan tomar muchas decisiones importantes todos los días. Durante el necesario período de maduración se les van acumulando. No todas las decisiones son igual de relevantes. Una forma de procrastinar, en este caso, es dedicar tu energía a decidir primero las menos relevantes y posponer la decisión de las más importantes.




¿Qué es el riesgo?

Es la probabilidad de que no consigas los resultados esperados. Es una sensación subjetiva que experimentas en el presente, que va íntimamente unida a la toma de decisión.
La decisión siempre involucra la expectativa de un resultado. Tu expectativa o la de otros.
El proceso para decidir incluye, entre otros, dos elementos relevantes: la recogida de información y la reflexión.

¿Cuánta información y de qué nivel de calidad te hace falta para tomar una decisión determinada?

¿Qué profundidad y duración en la fase de reflexión necesitas para tomar una decisión?
Los procrastinadores tienen enormes dificultades para concretar su respuesta a esas dos preguntas y si lo hacen se exceden en sus estimaciones para evitar el riesgo.

¿Cuánto dinero le cuesta a tu empresa este tipo de procrastinación?
¿Cuántas veces te has encontrado diciendo, o escuchando a otro, que “todavía no he tomado la decisión”?

Unas veces el retraso genera, directamente, pérdidas (euros pagados) y en este caso se pueden calcular fácilmente. Pero cuando el retraso genera una falta de ingresos (lucro cesante o euros dejados de ingresar)  es más difícil de cuantificar.

Lo que casi todos tenemos claro es que este tipo de procrastinación genera pérdidas económicas – además de emocionales, etc. - que son muy elevadas.
Si retrasas innecesariamente, por ejemplo, la decisión de completar el estudio o lanzamiento de un producto, la ampliación de la red de ventas, una restructuración organizativa o un determinado despido, estás incurriendo en pérdidas económicas. Porque la procrastinación nunca es gratuita.




El problema se agrava, aún más, porque algunos procrastinadores, realmente, no son conscientes de que existe un coste asociado a su retraso. No se dan cuenta de que la acción de procrastinar una decisión es, en realidad, tomar una decisión. Y viven relativamente tranquilos porque todavía no han tomado la decisión.

Te sugiero que hagas una encuesta entre la gente mayor (tercera edad) que conozcas. Comprobarás que son muy pocos los que sienten o se arrepienten de las decisiones equivocadas que tomaron en su vida, frente a la mayoría que se arrepienten por las decisiones que retrasaron o ni siquiera llegaron a tomar.

El gran presidente norteamericano Theodore Roosevelt nos alertaba sobre este tipo de procrastinación: “En cualquier momento de decisión lo mejor que puedes hacer es tomar la decisión adecuada; lo siguiente mejor que puedes hacer es tomar la decisión inadecuada; y lo peor que puedes hacer es NADA”.