-¡Hola, Cristina! ¡Pero cuánto tiempo sin vernos! ¿Qué tal te va? ¿Conseguiste ese trabajo que me comentaste que estabas buscando la última vez que nos vimos?
- ¡Hombre, Judith! ¡Qué alegría! Pues sí, creía que te habías enterado por Daniel. Fue una selección un poco larga, pero al final me llamaron para entrevistarme con el que hoy es mi jefe y me dieron el puesto.
- ¡Enhorabuena, Cristina! Con lo mal que están las cosas, ésa es una excelente noticia. ¿Y qué tal? ¿Te gusta el trabajo?
- Pues mira, si te digo la verdad estoy encantada. Me tratan fenomenal, y el trabajo es una chulada. Ya sabes que lo del marketing desde siempre me llamó la atención, pero que me dejen participar en una campaña de verdad es algo que aún no me puedo creer. Bueno, y siendo sincera me da un poco de miedo meter la pata. Todo el mundo está tan preparado… Y yo soy tan novata…
- ¿Y qué tal con tu jefe? ¿Cómo se llama?
- Alejandro. Trabajar con él es una gozada, Judith. Es tan eficaz y resolutivo que no me extraña que esté donde está. Es un crack.
- No será para tanto, mujer…
- De verdad que sí. Viene poco por la oficina, pero te aseguro que cuando llega es como si los problemas se arreglaran solos. La única pega es que me da miedo no estar a la altura de sus expectativas.
-Y eso, ¿por qué? Fue él quien se decidió por ti, ¿no?
- Sí, pero es que tú no sabes lo que es estar a la sombra de alguien como Alejandro. No sólo conoce el negocio como nadie, es que además es hábil y diplomático con los clientes, y frío a la hora de tomar decisiones. Ya me gustaría a mí ser como él, las empresas se pelearían por darme trabajo.
- Bueno, supongo que él no nació sabiendo, ¿no crees? Seguro que tú llegarás dentro de algún tiempo a una posición similar.
- ¡Huy! ¿Yo? No creo, yo no tengo su capacidad.
- ¿Y eso cómo lo sabes?
- Porque sí, yo me conozco muy bien y sé hasta dónde puedo llegar. Me conformo con hacer bien mi trabajo, y subir poco a poco hasta donde pueda. Ya veremos después.
- Ah, vaya, entiendo. Bueno, pues nada, Cristina, que me alegro de corazón y te deseo mucho éxito.
- Muchas gracias, Judith. Espero que nos veamos más a menudo. Adiós
Ésta, que bien podría ser una conversación informal entre dos amigas que se encuentran y celebran las buenas noticias de la contratación de una de ellas, es, por el contrario, un ejemplo de lenguaje tóxico, y de lo destructivo que puede resultar para nuestra autovaloración y, en definitiva, para nuestro desarrollo y autoestima.
¿Y qué hace a esta conversación tan dañina?
Pues varios factores, conectados entre sí. Por ejemplo, el deslumbramiento incondicional de Cristina por Alejandro, basado en que le admira por lo que “es”, y no por lo que “hace” (“Es tan eficaz y resolutivo…”, “Es un crack…”, “Es hábil y diplomático con los clientes…”, “Ya me gustaría a mí ser como él…”). Este tipo de reflexiones es un caldo de cultivo para bajar la autoestima, porque resulta fácil caer en la tentación de pensar que “…él es fantástico pero yo no nací así, por lo que nunca llegaré a su altura…”.
Pero quiero poner el acento en la utilización sistemática de un lenguaje desempoderado por parte de Cristina. Y eso, ¿qué significa? Pues que el lenguaje que usamos para comunicar nuestras ideas, y que es un fiel reflejo de nuestro modo de pensar, puede darnos o quitarnos poder, y en este caso Cristina no hace más que quitarse poder a sí misma. Poder de crecer, poder de disfrutar y realizarse con sus capacidades, poder de aprender y mejorar a partir de su nueva experiencia.
¿Aún no se entiende?
¡Marchando un poco más de fundamentación!
Como los pensamientos siempre van acompañados de emociones y las personas pensamos con palabras, en una especie de conversación silenciosa con nosotros mismos que recibe el nombre de “diálogo interno”, es fácil deducir que hay palabras que nos generarán –seamos conscientes o no- una emoción capacitadora, positiva y gratificante. A ese tipo de lenguaje le llamamos “lenguaje empoderado”. De manera automática, dichos pensamientos (en forma de palabras poderosas) se encadenarán con otros que, a su vez, nos nutrirán emocionalmente cada vez más, abriéndonos durante el proceso puertas que cruzar y líneas de actuación para hacerlo. ¿Recuerdas el famoso “Yes, we can!”? Pues eso.
Pero hay palabras –y formas de hablar- que actúan de manera contraria, generando emocionalidades negativas de las que nuestro cerebro, obviamente, quiere alejarse. Eso nos quita opciones, nos oculta las puertas o directamente nos las cierra. A esa forma de hablar la llamamos “lenguaje desempoderado”, y hay unas cuantas variantes que todos, en mayor o menor medida, usamos, pero nuestra amiga es una especialista. Veamos por qué.
Por ejemplo, cuando utiliza expresiones como “…me dieron el puesto” o “…que me dejen participar en una campaña…”, Cristina está usando una forma de desempoderamiento llamada “victimismo”, que consiste en colocar fuera de sí misma la responsabilidad de lo que ocurre (se auto convierte en “víctima” de las circunstancias, sean buenas o malas). No es lo mismo decir “…me dieron el puesto…” que “…gané el proceso de selección...”, ¿verdad? Y tampoco es lo mismo decir “…que me dejen participar en una campaña…” que decir “…es fantástico tener la oportunidad de participar en una campaña…”.
El problema de hablar con un lenguaje desempoderado es que también lo usamos en nuestro diálogo interno, cuando debatimos con nosotros mismos y tomamos decisiones. Una persona que se expresa en términos como “…Me conformo con hacer bien mi trabajo, y subir poco a poco hasta donde pueda…”, se estará diciendo “NO PUEDO” a sí misma antes de plantearse un objetivo retador, ¿no crees? Una frase como ésa probablemente denote poca ambición o autoexigencia, parece más propia de alguien conformista o acomodaticio.
Y, de igual modo, cuando Cristina dice abiertamente “No creo, yo no tengo su capacidad”, esa expresión muy posiblemente vaya asociada a sentirse inferior delante de Alejandro, sea cual sea el terreno de comparación. Por lo que nuestra amiga seguramente se auto boicoteará antes de emprender cualquier acción que presienta que le puede poner en evidencia delante de su jefe, ¿no es cierto?
Resumiendo, su lenguaje LE QUITA PODER.
Hace algún tiempo, debatiendo sobre este mismo tema en un taller grupal en San Sebastián, me llamó la atención la reflexión que hizo el director industrial de la empresa cliente. Hablábamos de lo desempoderante que es la palabra “intentar”, ya que nadie intenta algo si no contempla consciente o inconscientemente la posibilidad de no conseguirlo. Y él, que ha desarrollado gran parte de su carrera profesional en el extranjero, subrayó la diferencia entre nuestro “lo intentaré” y la forma en inglés de decir lo mismo, “I’ll do my best”, es decir, “haré todo lo que esté en mi mano”.
¿A que no suena igual en términos de voluntariedad “intentaré ir este sábado a tu fiesta de cumpleaños” que “voy a hacer todo lo posible para estar el sábado en tu fiesta”?
Te invito a que observes con atención tu forma de hablar durante un día. Si te resulta fácil identificarte con expresiones parecidas a las de Cristina, es probable que tiendas a usar un lenguaje desempoderado. También si utilizas frecuentemente frases como “Se me han pegado las sábanas”, “Este fin de semana me toca recoger a los niños” o “Ya sabes cómo es esta empresa…”. Todas ellas son frases desempoderadas, que denotan una falta de control y poder sobre tus propias acciones. Quizás sería un buen momento para tomar consciencia y revisar tu lenguaje.
Y recuerda, no se trata de cómo hablas. Se trata de cómo piensas.
¿Te apetece empoderarte?
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