“Por lo que se refiere a la procrastinación, la principal dificultad a la que nos enfrentamos en este momento es, en mi opinión, su invisibilidad. Es decir, nuestro desconocimiento respecto a lo que es y cómo funciona. Esa ignorancia trae como primera consecuencia que aparezca invisible a nuestra mirada o que la confundamos con otras etiquetas.
Por eso muchos se sorprenden cuando escuchan que el 90% de la población general procrastinamos en ocasiones o que el 20% lo hace de forma crónica (el 60% en el segmento de estudiantes universitarios).
Se han identificado más de veinte tipos distintos de procrastinación. Hoy me detengo en uno muy corriente en el ámbito laboral: procrastinar la toma de una decisión.
¿Por qué y para qué no tomo la decisión?
Decidir es elegir. Cuando necesitas elegir puedes tener dudas. Dudas porque tienes miedos. Unos tienen miedo a equivocarse en la elección. Otros a tener éxito, porque se subirían el listón. Algunos – los perfeccionistas - nunca se sienten preparados para decidir, porque nunca terminan de recoger información o completar su análisis de coste-beneficio…
Los que nunca terminan de reunir información para tomar la decisión, mantienen la (falsa) ilusión de alcanzar, más adelante, un 100% de seguridad. No aceptan el riesgo.
Otros que tampoco disponen de toda la información, se autocensuran o desprecian por su ignorancia o incapacidad para reunirla, mientras al mismo tiempo no se dan permiso para consultar con expertos en ese asunto. Su creencia (limitadora) es que la decisión no tiene valor - ellos mismos no tienen valor - si no la toman ellos solos, sin ayuda de nadie.
Es curioso que muchos de ellos, una vez que consiguen tomar la decisión, parecen no tener ningún problema en ejecutar todo lo que la decisión lleva consigo. Su problema reside en que aplazan la toma de decisión y, por ello, se embarcan en una gran variedad de otras tareas que les alivian, porque les permiten “escapar” o “evitar” la realización de su actividad más relevante (e incómoda): tomar la decisión.
Durante esa fase de evitación y sustitución se sienten, adicionalmente, bloqueados. Es una sensación de embotamiento que dificulta pensar con claridad en otros asuntos y que suele venir acompañada de sentimientos de frustración y preocupación.
El miedo que sientes proviene de tu creencia de que tendrás que convivir toda tu vida con los resultados de tu decisión. Y eso que puede ser cierto en alguna ocasión, no lo es en la mayoría de los casos, porque podrás realizar modificaciones en el trayecto e incluso cambiar tu decisión. El problema es que tu lo consideras irreversible, o magnificas tanto las consecuencias que te dices que no podrás soportarlo.
¿Cuántas decisiones tomas cada día?
Cada día de tu vida tomas decenas o centenas de decisiones. La gran mayoría (80-95%) son inconscientes o automáticas, porque forman parte de tus hábitos o rutinas. Es una suerte que sea así. De esa forma mantienes una eficiencia elevada y ahorras una enorme cantidad de energía.
El resto son conscientes y, por tanto, requieren de tu atención. La gran mayoría (de esa minoría) son sencillas. P.e.: ¿De segundo elijo carne o pescado?
Y unas pocas son difíciles, complejas o arriesgadas. P.e.: ¿Lanzo primero el producto A o el B? ¿Contrato treinta vendedores más? ¿Compro esta compañía o no? ¿Ahora o dentro de un año, que previsiblemente bajará su cotización en bolsa? ¿Reduzco un 5% el sueldo de los funcionarios?
Generalmente, cuando te enfrentas a una toma de decisión tienes diferentes opciones entre las que elegir. Es bastante infrecuente que no tengas opciones. A veces tus creencias (limitadoras) te impiden verlas o encontrarlas y, claro, para ti no existen.
Hay personas que por su función o posición en el organigrama, como los directivos o jefes, necesitan tomar muchas decisiones importantes todos los días. Durante el necesario período de maduración se les van acumulando. No todas las decisiones son igual de relevantes. Una forma de procrastinar, en este caso, es dedicar tu energía a decidir primero las menos relevantes y posponer la decisión de las más importantes.
¿Qué es el riesgo?
Es la probabilidad de que no consigas los resultados esperados. Es una sensación subjetiva que experimentas en el presente, que va íntimamente unida a la toma de decisión.
La decisión siempre involucra la expectativa de un resultado. Tu expectativa o la de otros.
El proceso para decidir incluye, entre otros, dos elementos relevantes: la recogida de información y la reflexión.
¿Cuánta información y de qué nivel de calidad te hace falta para tomar una decisión determinada?
¿Qué profundidad y duración en la fase de reflexión necesitas para tomar una decisión?
Los procrastinadores tienen enormes dificultades para concretar su respuesta a esas dos preguntas y si lo hacen se exceden en sus estimaciones para evitar el riesgo.
¿Cuánto dinero le cuesta a tu empresa este tipo de procrastinación?
¿Cuántas veces te has encontrado diciendo, o escuchando a otro, que “todavía no he tomado la decisión”?
Unas veces el retraso genera, directamente, pérdidas (euros pagados) y en este caso se pueden calcular fácilmente. Pero cuando el retraso genera una falta de ingresos (lucro cesante o euros dejados de ingresar) es más difícil de cuantificar.
Lo que casi todos tenemos claro es que este tipo de procrastinación genera pérdidas económicas – además de emocionales, etc. - que son muy elevadas.
Si retrasas innecesariamente, por ejemplo, la decisión de completar el estudio o lanzamiento de un producto, la ampliación de la red de ventas, una restructuración organizativa o un determinado despido, estás incurriendo en pérdidas económicas. Porque la procrastinación nunca es gratuita.
El problema se agrava, aún más, porque algunos procrastinadores, realmente, no son conscientes de que existe un coste asociado a su retraso. No se dan cuenta de que la acción de procrastinar una decisión es, en realidad, tomar una decisión. Y viven relativamente tranquilos porque todavía no han tomado la decisión.
Te sugiero que hagas una encuesta entre la gente mayor (tercera edad) que conozcas. Comprobarás que son muy pocos los que sienten o se arrepienten de las decisiones equivocadas que tomaron en su vida, frente a la mayoría que se arrepienten por las decisiones que retrasaron o ni siquiera llegaron a tomar.
El gran presidente norteamericano Theodore Roosevelt nos alertaba sobre este tipo de procrastinación: “En cualquier momento de decisión lo mejor que puedes hacer es tomar la decisión adecuada; lo siguiente mejor que puedes hacer es tomar la decisión inadecuada; y lo peor que puedes hacer es NADA”.
Por eso muchos se sorprenden cuando escuchan que el 90% de la población general procrastinamos en ocasiones o que el 20% lo hace de forma crónica (el 60% en el segmento de estudiantes universitarios).
Se han identificado más de veinte tipos distintos de procrastinación. Hoy me detengo en uno muy corriente en el ámbito laboral: procrastinar la toma de una decisión.
¿Por qué y para qué no tomo la decisión?
Decidir es elegir. Cuando necesitas elegir puedes tener dudas. Dudas porque tienes miedos. Unos tienen miedo a equivocarse en la elección. Otros a tener éxito, porque se subirían el listón. Algunos – los perfeccionistas - nunca se sienten preparados para decidir, porque nunca terminan de recoger información o completar su análisis de coste-beneficio…
Los que nunca terminan de reunir información para tomar la decisión, mantienen la (falsa) ilusión de alcanzar, más adelante, un 100% de seguridad. No aceptan el riesgo.
Otros que tampoco disponen de toda la información, se autocensuran o desprecian por su ignorancia o incapacidad para reunirla, mientras al mismo tiempo no se dan permiso para consultar con expertos en ese asunto. Su creencia (limitadora) es que la decisión no tiene valor - ellos mismos no tienen valor - si no la toman ellos solos, sin ayuda de nadie.
Es curioso que muchos de ellos, una vez que consiguen tomar la decisión, parecen no tener ningún problema en ejecutar todo lo que la decisión lleva consigo. Su problema reside en que aplazan la toma de decisión y, por ello, se embarcan en una gran variedad de otras tareas que les alivian, porque les permiten “escapar” o “evitar” la realización de su actividad más relevante (e incómoda): tomar la decisión.
Durante esa fase de evitación y sustitución se sienten, adicionalmente, bloqueados. Es una sensación de embotamiento que dificulta pensar con claridad en otros asuntos y que suele venir acompañada de sentimientos de frustración y preocupación.
El miedo que sientes proviene de tu creencia de que tendrás que convivir toda tu vida con los resultados de tu decisión. Y eso que puede ser cierto en alguna ocasión, no lo es en la mayoría de los casos, porque podrás realizar modificaciones en el trayecto e incluso cambiar tu decisión. El problema es que tu lo consideras irreversible, o magnificas tanto las consecuencias que te dices que no podrás soportarlo.
¿Cuántas decisiones tomas cada día?
Cada día de tu vida tomas decenas o centenas de decisiones. La gran mayoría (80-95%) son inconscientes o automáticas, porque forman parte de tus hábitos o rutinas. Es una suerte que sea así. De esa forma mantienes una eficiencia elevada y ahorras una enorme cantidad de energía.
El resto son conscientes y, por tanto, requieren de tu atención. La gran mayoría (de esa minoría) son sencillas. P.e.: ¿De segundo elijo carne o pescado?
Y unas pocas son difíciles, complejas o arriesgadas. P.e.: ¿Lanzo primero el producto A o el B? ¿Contrato treinta vendedores más? ¿Compro esta compañía o no? ¿Ahora o dentro de un año, que previsiblemente bajará su cotización en bolsa? ¿Reduzco un 5% el sueldo de los funcionarios?
Generalmente, cuando te enfrentas a una toma de decisión tienes diferentes opciones entre las que elegir. Es bastante infrecuente que no tengas opciones. A veces tus creencias (limitadoras) te impiden verlas o encontrarlas y, claro, para ti no existen.
Hay personas que por su función o posición en el organigrama, como los directivos o jefes, necesitan tomar muchas decisiones importantes todos los días. Durante el necesario período de maduración se les van acumulando. No todas las decisiones son igual de relevantes. Una forma de procrastinar, en este caso, es dedicar tu energía a decidir primero las menos relevantes y posponer la decisión de las más importantes.
¿Qué es el riesgo?
Es la probabilidad de que no consigas los resultados esperados. Es una sensación subjetiva que experimentas en el presente, que va íntimamente unida a la toma de decisión.
La decisión siempre involucra la expectativa de un resultado. Tu expectativa o la de otros.
El proceso para decidir incluye, entre otros, dos elementos relevantes: la recogida de información y la reflexión.
¿Cuánta información y de qué nivel de calidad te hace falta para tomar una decisión determinada?
¿Qué profundidad y duración en la fase de reflexión necesitas para tomar una decisión?
Los procrastinadores tienen enormes dificultades para concretar su respuesta a esas dos preguntas y si lo hacen se exceden en sus estimaciones para evitar el riesgo.
¿Cuánto dinero le cuesta a tu empresa este tipo de procrastinación?
¿Cuántas veces te has encontrado diciendo, o escuchando a otro, que “todavía no he tomado la decisión”?
Unas veces el retraso genera, directamente, pérdidas (euros pagados) y en este caso se pueden calcular fácilmente. Pero cuando el retraso genera una falta de ingresos (lucro cesante o euros dejados de ingresar) es más difícil de cuantificar.
Lo que casi todos tenemos claro es que este tipo de procrastinación genera pérdidas económicas – además de emocionales, etc. - que son muy elevadas.
Si retrasas innecesariamente, por ejemplo, la decisión de completar el estudio o lanzamiento de un producto, la ampliación de la red de ventas, una restructuración organizativa o un determinado despido, estás incurriendo en pérdidas económicas. Porque la procrastinación nunca es gratuita.
El problema se agrava, aún más, porque algunos procrastinadores, realmente, no son conscientes de que existe un coste asociado a su retraso. No se dan cuenta de que la acción de procrastinar una decisión es, en realidad, tomar una decisión. Y viven relativamente tranquilos porque todavía no han tomado la decisión.
Te sugiero que hagas una encuesta entre la gente mayor (tercera edad) que conozcas. Comprobarás que son muy pocos los que sienten o se arrepienten de las decisiones equivocadas que tomaron en su vida, frente a la mayoría que se arrepienten por las decisiones que retrasaron o ni siquiera llegaron a tomar.
El gran presidente norteamericano Theodore Roosevelt nos alertaba sobre este tipo de procrastinación: “En cualquier momento de decisión lo mejor que puedes hacer es tomar la decisión adecuada; lo siguiente mejor que puedes hacer es tomar la decisión inadecuada; y lo peor que puedes hacer es NADA”.
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